–A ella se le ve que algo
raro tiene, que no es una mujer como todas. Parece muy joven, de unos
veinticinco años cuanto más, una carita un poco de gata, la nariz chica,
respingada, el corte de cara es... más redondo que ovalado, la frente ancha,
los cachetes también grandes pero que después se van para abajo en punta, como
los gatos.
–¿Y los ojos?
–Claros, casi seguro que verdes, los entrecierra para dibujar mejor. Mira
al modelo, la pantera negra del zoológico, que primero estaba quieta en la
jaula, echada. Pero cuando la chica hizo ruido con el atril y la silla, la
pantera la vio y empezó a pasearse por la jaula y a rugirle a la chica, que
hasta entonces no encontraba bien el sombreado que le iba a dar al dibujo.
–¿El animal no la puede oler antes?
–No, porque en la jaula tiene un enorme pedazo de carne, es lo único que
puede oler. El guardián le pone la carne cerca de las rejas, y no puede entrar
ningún olor de afuera, a propósito para que la pantera no se alborote. Y es al
notar la rabia de la fiera que la chica empieza a dar trazos cada vez más
rápidos, y dibuja una cara que es de animal y también de diablo. Y la pantera
la mira, es una pantera macho y no se sabe si es para despedazarla y después
comerla, o si la mira llevada por otro instinto más feo todavía.
–¿No hay gente en el zoológico ese día?
–No, casi nadie. Hace frío, es invierno. Los árboles del parque están pelados.
Corre un aire frío. La chica es casi la única, ahí sentada en el banquito
plegadizo que se trae ella misma, y el atril para apoyar la hoja del dibujo. Un
poco más lejos, cerca de la jaula de las jirafas hay unos chicos con la
maestra, pero se van rápido, no aguantan el frío.
–¿Y ella no tiene frío?
–No, no se acuerda del frío, está como en otro mundo, ensimismada dibujando
a la pantera.
–Si está ensimismada no está en otro mundo. Ésa es una contradicción.
–Sí, es cierto, ella está ensimismada, metida en el
mundo que tiene adentro de ella misma, y que apenas si lo está empezando a
descubrir. Las piernas las tiene entrelazadas, los zapatos son negros, de taco
alto y grueso, sin puntera, se asoman las uñas pintadas de oscuro. Las medias son
brillosas, ese tipo de malla cristal de seda, no se sabe si es rosada la carne
o la media.
–Perdón pero acordate de lo que te dije, no hagas
descripciones eróticas. Sabés que no conviene.
–Como quieras. Bueno, sigo. Las manos de ella están
enguantadas, pero para llevar adelante el dibujo se saca el guante derecho. Las
uñas son largas, el esmalte casi negro, y los dedos blancos, hasta que el frío empieza
a amoratárselos. Deja un momento el trabajo, mete la mano debajo del tapado
para calentársela. El tapado es grueso, de felpa negra, las hombreras bien
grandes, pero una felpa espesa como la pelambre de un gato persa, no, mucho más
espesa. ¿Y quién está detrás de ella?, alguien trata de encender un cigarrillo,
el viento apaga la llama del fósforo.
Una invitación a la lectura de El beso de la mujer araña de Manuel Puig
(Seix Barral, Barcelona, 1976, fragmento inicial).
Día nacional de la memoria por la
verdad y la justicia
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